jueves, 5 de febrero de 2015

Capítulo XVIII: Cantatas




U
n palacio construido en Otra Parte celebra brindando, sobre lujosos manteles, el octavo aniversario de la primera princesa, primogénita de otro monarca más terrenal que aquel a quien sirvo yo. La infanta vive en peligro por los celos que hierven las sangres de su misma generación.

Una orquesta de dicharacheros juglares se ensalza entre sabrosos arpegios de los laúdes y los consecuentes tintilineos de una sutil milicia de cascabeles. Como un cristal afinado sonaron los huecos bronces cilíndricos, siguiendo el rimbombante compás de la música para que no se les escaparan las notas. Urgentes campanilleos buscan entrar en la sustancial estructura de la melodía. Y aquí se aclara un detalle más: en otros orbes se intenta lo contrario que busco yo, pues, si lo examinamos con la cabalidad medida, todos los ámbitos de la vida parecen ser una tonta imitación de esta vil arquitectura que (de paso lo apuntaré) cada segundo engulle un poco las existencias. Y cuidado al sentirse a salvo quienes aún no haya puesto pie aquí, puesto que de los entendimientos capaces sobresale una acertada sospecha: todo el mundo está sentenciado a correr por aquí durante al menos una noche. En cuanto a la nublada música que nos llega, únicamente la audimos porque sus coros tienen la fama de ir y venir brincando entre una dimensión y la otra. El castillo de la cumpleañera levanta sus puentes y despliega las sedosas cortinas de sus alcobas. Esos cimientos quedan entre dos países socializados, pero la música se instala en los cielos del laberinto como si fuera el murmullo de un viejo eco que se siguió arrastrando por las atmósferas del planeta. Las notas son tan melosas como el aflautado canto que (en un atardecer) quiso perturbar la sensatez de un capitán corpulento, que inteligentemente bloqueó su instinto masculino bajo el velamen. Cuando mi camino coincide con esta sonata o con cualquiera otra, rezo para que mi raciocinio se encierre en una esfera de plomo, y que aquellas voces reboten en su convexa armadura.



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