miércoles, 4 de febrero de 2015

Capítulo XXI: La Teoría del Héroe






L
 a intuición o la sospecha me han dicho que cierta vez iba por elcamino correcto. Durante un ciclo lunar entero ninguna tapia bloqueó mis pasos. Yo ya me estaba preparando para la feliz despedida. Aunque con tal de salir de aquí no me importaría en lo más mínimo regresar a mi Soberano y contarle de mi fracaso en lugar del Nombre Número XCIX. Pero como todo buen militar me sentía algo inconforme respecto al resultado de mi éxito, con el que quizás abandonaría mi atemporal refugio. Y sé que nadie me creerá, pero mis pasos devoraban el suelo virgen de las arenas sin poder desprenderse de cierto remordimiento al abandonar a mi Bestia y a mi casita en los insatisfactorios brazos de la soledad. ¿Me recordaría con honor mi más fiel enemigo? Si los Brutos intercambiaran impresiones por vía fonoaudiológica, y otros Astéridas le preguntasen acerca de cierto rival que cierta vez utilizó este posadero para su hábitat: ¿Qué opinaría de mí este insobornable Desalmado? Yo lideré los victoriosos ejércitos de la Theoffiliapolis. Yo sangré en las afueras y en las inmoladas ciudadelas para honrar al Representante de  mi Comarca. Sólo para cerrar la boca de los triunfadores más engreídos, maltrecho me mantuve por nueve inviernos y luego comandé repetidas batallas antárticas y boreales. Con una millarada de distintivos y escarapelas me condecoraron por mi incuestionable servicio al Rey. Más en el ahora que atardece, acepto que este solo Insociable ha manejado mi vida y mi libertad como mejor quiso, por casi veintinueve años de trayectoria.

En este instante descifro, ayudado por una imagen de mi recuerdo, un mapa momentáneo, de quizás aquella sola vez que me codeé con la liberación segura:

El camino que nos conduce a las afueras de este encarcelamiento tiene aires suaves y dulces. Tentadoras figuras reemplazan las sangres rupestres en todos los muros del recorrido. Sin ningún lindante que vede el paso, este sendero únicamente se estorba por las unidireccionales esquinas rectangulares. Sensibles soles cotidianos iluminan el cielo turquesa del último crepúsculo. Quien anduviere por este camino jamás divisará una sola tempestad. Si quieres recorrer estos rumbos, guíate solamente por la ausencia de fatalidades.

Pensé que sería un buen signo de mis demostraciones: Quizás para verle la cara por última vez -sabiendo que no estaría-, me volví sobre el camino que abundaba en suelos favorables. Quizás por el hábito al que yo mismo acostumbré a mis milicias, finalicé un pasillo y me di la vuelta para rendirle culto al laberinto que abandonaba. Como si le hubiera tomado amor a esa nueva casa de infinitudes asimétricas, o como si veintiocho años de cárcel me hubieran hecho desdeñoso respecto a la vileza que reina en las afueras, retrocedí al ver la luz exterior. Una vida dedicada al campo de las batallas y a la estrategia, a las espadas y a los yelmos, habituaron mis éticas a la cordialidad. ¡Maldito momento que me diste mi primera victoria! Ahora el remordimiento me llena, pero en su época creí que el honor era más importante que la subsistencia.

Acabé en la carnicería más espantosa, más terrible. Sin tregua la Bestia impactó en mi pecho. Sorpresivo, sagaz y silencioso, Asterión había seguido cada una de mis pisadas dejándome por ventaja una galería entera, como sabiendo que mi final movimiento sería la moralidad. ¿De dónde proviene tu astucia, Asterión? 

Inmediato aunque enloquecido, huí de mi Asterión que iba mordiéndome los lomos: parece que todo este recorrido ha servido, nada más, para que yo me apenara doblemente de estar cautivo. Lo difícil, lo doloroso, lo extraño, fue huir con Asterión en mis encimas. Su seca trotada de hombre-toro sonaba uniformemente tras mis recursivas zancadas inútiles. Por donde vine me moví con resucitado vigor y sin indulgencias, regañando con elevadas voces los procederes del Todopoderoso. Ya que yo estaba loco, decidí mostrar mi demencia al mundo que nos rodeaba, a mí y a la Bestia, a ella o mí: a ambos dos. Agigantándome un poco más en la pena, últimas diosas que inspiraban la valentía iban visualizándose en todo el largo de la corrida. Luego, para empeorar todavía más la prisión: el arrepentimiento. De mis veintiocho navidades, me lamenté ocho años continuos, me lamenté todos sus meses, me lamenté en todos sus días. Pero mi quejido no extinguió los frecuentes ataques de mi Contrario.

Ahora, mucho más encerrado que de costumbre, agonizo en una galería de siete metros. El Demonio está oculto en alguna parte. Francamente no me conformo con esta vida ni tampoco con Asterión. Menos me conforma esta soledad; aunque debo admitir que de las tres opciones enunciadas estando solo puedo -si quiero- matar al tiempo sin preocuparme demasiado por mi probable sacrificio. Aunque a estas alturas la soledad me resulta devastadora: es entonces cuando asumo que de todos los posibles ánimos que yo haya de poseer, el aislamiento es con el que más cómodo me sentiré. Estando apartado de la Bestia logro abstraerme lo suficiente para no pensar en el laberinto ni en la locura. Imagino lo que me aguarda fuera de estas geografías aritméticas. Pero no quisiera soñar demasiado con un futuro hartamente diferenciado de estos momentos. Se supo de un solo hombre que sorteó los ardides de la confusión y las encrucijadas que hay en esta guarida. Entró a este palacio con el fin de ponerle espada a mi enemigo; inclinando a su favor el azar jugando a hacerse el valiente. Se dice que el azar es respetuoso con el hombre de coraje. Este hombre evitó el extravío luego de la contienda gracias a un rastro de seda. Del resto del ejército que aquí había conocido, nada supimos nunca. Ningún mito les hizo honores. Ninguna leyenda contó de ningún hilo guiador en ningún recorrido, además de aquella madeja posterior que se usó como carta marítima del laberinto, mío y de Él. De todas aquellas almas valientes que intentaron conocer el último nombre del mal, un único rumor póstumo se ha encargado de desfigurar la lógica de la historia: Aquellos que entraron y ni murieron ni asesinaron, han sido condenados a fatigar estos longevos corredores hasta el último de sus días. Mejor reflexionado: Hasta el primer encuentro.

Y ahora que el sufrimiento y el miedo han arrinconado en un angular recodo la fe anteriormente gigantesca -con que me armé cuando mis espadas fueron secuestradas por las tropas enemigas- yo me pregunto: Si la espada de nuestro héroe fulminó de una estacada el bestial aliento de vida del Hereje, entonces es que mi Asterión es otro Asterión. Y esta contradicción que pone en duda la veracidad de la leyenda, me concede el derecho a conjeturar que ni la Bestia ni el Laberinto son únicos en la comarca donde reina mi Soberano. De estar acertado mi endeble criterio, ha de existir un Asterión por cada hombre; para cada hombre una Mansión; y por cada Posada, un redentor que pone fin a las embestidas.

Otras imaginaciones menos probables se fueron corrigiendo unas con otras. Desarrollaré, en un orden que decrecerá de lo posible a lo ilógico, tal vez las dos, tal vez las tres, que sobresalieron en mi ocio mientras los encuentros cesan o cuando Asterión calma su sueño yaciendo.



II


Y
o, Appolodro, también soy un asesino. No recuerdo dónde enterré a ese de quien soy doble, pero le busco para conocer de su historia. Quiero saber si escribió libros o fue maestro, puesto que urgentemente debo tomar un atajo que me conduzca hasta la vocación verdadera.

Los cretenses se daban cuenta de que yo era un frustrado: por los agujeros nos estuvieron espiando mientras jugábamos a las corridas. Así una vez ordenaron a uno para que venga a matar al toro. Pero mintieron los escritores diciendo que lo logró. Pues se topó antes conmigo. Cuando me comentó su intención, aguardé a que se ponga de espaldas y lo estrangulé con la seda. 

La auténtica historia del héroe había sido escrita por el mismo grupo de los Cinco Sabios, para que entonces los valientes fanáticos de las fábulas y de las hadas -engañados por las voces populares-, entrasen decididos a las mazmorras de este gran calabozo, y murieran al fin por la cornada de su propio Asterión. Otra idea que logró seducirme (pero esto fue por ser esperanzadora, no por ser probable), es que la Bestia existía solamente en mis fantasías, pero aparece en mis frentes y en mis costados por decisión de mi último pero caprichoso vestigio de esquizofrenia, que hacía tanto yo había nombrado, para que se me permita el próximo nombre del mal.

Decapitadas mis esperanzas de libertad, vivo aquí ya sin buscar aquella conocida caminata, esperando que algún día la suerte de agotar corredores inéditos, más la memoria que resguarda en su esencia las entradas de cada uno, me permita dar de nuevo con aquel sendero libertador.








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