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n momentos como este yo ya no sé si estoy luchando
contra la Bestia en una lid sin sonidos aunque infernal; o si es que estoy solo
y haberme habituado al caos me hace estar deseando las embestidas del Animal.
Algunos días, Asterión se despierta conmigo después
de haber desgastado toda la noche en perdidas batallas, elaboradas de tanto en
tanto por la Ley de la Casualidad. Aunque debiera admitir que al principio
también la Ley de la Hombría me obligaba a buscarlo, para así recrearme
chapoteando sobre mi sangre o tal vez en la sangre del Asesino.
En el momento de mis primeras respiraciones (menos
sedentarias pero mucho más especuladoras que las oníricas), me lamenta por un
rato el no haber despertado en la tupida atmósfera nocturna para darle muerte
con una traicionera estacada heroica. Pero
únicamente sería heroica para los de mi especie, para los otros
Astéridas yo sería un aparecido loco, que debiera ser sentenciado a millones de
violentas venganzas atropelladoras. Pero aún sabiendo que este Demonio es el
responsable de todos mis dolores y el cobrador absoluto de mis deudas kármicas,
me siento un poco culpable pensando que lo traiciono. Ignoro cual será la
lógica de mi piedad. A la misericordia quizás me tiente soñar que este
ininflamable Lucifer también estuviese encargado de hacer milagros. Sin embargo
esto sería nada más que por la conflictiva razón de entorpecer los raciocinios
humanos. Así que enseguida me aburro de sentir lástima. Y vivo esperando a que
una electricidad justiciera se precipite desde los altos y elija como una victimaria
guía al centro de la Tierra la cornamenta veteada de brillo marmolado, que
reverbera en todos los crepúsculos con el causal y último haz de luz
anaranjada. Y yo al fin tendré libre paso (de tener una existencia inmortal)
para que mis días investiguen todos los pasadizos del mundo, para que tenga una
posibilidad de ganar así el seco sorteo de mi especulada libertad.
En el mundo de los inconfesados me recibirán como un
bendecido redentor que habrá derrotado a la Bestia por pura decisión del
Universo, que combinó las impredecibles voluntades de los elementos para que el
sacrificio tuviera hora.
II
Mirando un murallón de cal, descifré
ermitaños símbolos grabados a navajazos por otras víctimas de la Bestia. Deduje que los espíritus que por aquí
deambulan, gracias a las masacres, escribieron mensajes en aquel muro. Como los
abecedarios del párkinson, como la esforzada caligrafía de los muy viejos (que
pasa un minuto y aún no tienen su nombre escrito), como las líneas de los
obsesivos autores -apurados por sus vacías rutinas-, que pasado un minuto ya no
descifran lo que escribieron: así están acuchillados los tercos muros de mis
encierros. Esas palabras también como las montañas ocultan alguna magia. Pues
creí que iba a descifrar viejo, pero
el rematador jo cambió repentinamente
su cortesano bastón para convertirse en una tembleque zeta.
Descifré
ermitaños símbolos que otras víctimas garabatearon. Vi de tres en tres los días
que algún peleador perdido tachó con su cuchilla criminal, supongo que no para
llevar cuenta de las rutinas, más bien para que sus pensares aún mantuvieran un
poco el hábito de la ejercitación. O quizás para sentir que todavía en las
encrucijadas más villanas una mente necesita de la distracción o de la
creatividad para evitar la suerte de la insanía.
Entonces yo también
raspé en aquel muro de enmohecido color oro los tres nombres que durante casi
29 años montaron la posibilidad de que otros vivientes me buscaran o me
humillaran o que me honraran: Appolodro Tercero Theoffelia. Y ahí fue que
entendí el porqué de la voluntad de Dios al crear el laberinto y tal
abominación: La mente de nuestro creador tiene una función ambidiestra.
Imaginé qué
habría movido a los inteligentes a inventar el alfabeto y a la escritura.
¿Acaso la necesidad de comunicarnos a través de los siglos haya sido una causa
para desarrollar este arte genial? ¿Acaso la necesidad de fosilizar el
desarrollo de nuestros pensamientos sobre un papel o sobre una piedra ha
despertado el impulso de crear el causal arte de la escritura? Pues hasta ese
momento revelador yo pocas veces me había hecho la profunda pregunta, y en dos
o tres ocasiones he tenido una respuesta. Pero observando mis letras sin
proferir pensamientos, descubrí entonces la verdadera razón por la que yo
disponía de 7 alfabetos humanos en el secreto volumen de mi consciencia.
Para que mis intuiciones cobrasen veracidad, ubiqué
mentalmente a un hombre sobre la faz terrestre, cuando todavía no se había
inventado el primer grafema, pero sí existía el arte de la oralidad. Entonces,
en la quietud de este ajenísimo territorio, a la espera de la conocida cornada
y la crucificante embestida, agregué vida a la imaginación de aquel analfabeto.
Lo vi pensante, inquisidor... deseante. En sus cuestionamientos indagó la
existencia divina. Creyó que el mundo no existiría sin alguien que lo admirara.
Recordó todos los aciertos y todas las desventajas que podrían haber cabido en
la memoria desde el ocaso al primer rayo de luz que buscaba la vida
desprendiéndose del horizonte. Revisó todos sus conocimientos para no sentir
que el tiempo podría hacerle tediosa la empresa de sobrevivir. Y al culminar el
recuento se sintió sin vida. Una depresión que lo aprehendía abarcó de extremo
a extremo los lindes de su interioridad. Y luego todo fue quietud. Entonces una
seductora impresión activó espontáneamente su pensar en otro sentido: El
sentido de la creación. De inmediato vislumbró en su Esencia la obra que
compensaría su vacío insoportable. Una a una se construyeron en imaginarias
tintas los neófitos símbolos que honrarían a su sed de descubrimiento. Un don
desconocido lo inspiraba a la invención de un revolucionario sistema de
comunicación. No era que este Talento iba creando las letras, era que el
Talento se ratificaba en cada signo modificable, moldeable. Cuando un talento
no halla fin, ese talento intenta por sí solo las creaciones y los
descubrimientos... O por fin se muere.
Entonces,
de poseer cabalidad esta conjetura, mi Soberano ha de ser un ente que, como si
fuera la Bestia, asila en Su seno universal cualidades que aún Él desconoce.
Intuyo que tan divinas artes requerirán de próximas Bestias y repetidos
laberintos como este, para que la consciencia de mi Amo se quede en paz. Hasta
hoy no he conocido una morada o una invención tan compleja como el sitio en
donde la tragedia me brinda hospedaje hoy. Ahora entiendo que de ser la Tierra
la mente de Dios, le debemos al desarrollo involuntario de Sus capacidades la
existencia de geniales arquitecturas como el laberinto que cautiva a la Bestia
y (ahora) también a mí.
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