viernes, 20 de febrero de 2015

Capítulo III: La Leyenda


















Superando estrategias que debido a su complejidad han justificado el capricho de Dios (poblar el Planeta con inteligentes), la Bestia merodea el encierro mientras ingenia planes sobrehumanos no solamente para desarraigarme, sino para que mi defunción sea un lema que advierta a los demás osados cuán peligroso es querer competir contra los poderes de nuestro Predilecto.
La diversión de Asterión es adivinar los pasadizos que yo elegiría y adelantárseme por las noches: Ya a los pocos días del claustro me acostumbré a negar mi primera elección y decidirme sobre la marcha por un camino impensado. De esta manera, Asterión permite inteligentemente que sólo me pierda en los corredores que ya conozco. Como si quisiera acobardarme demostrándome que su ingenio es más cosa de los héroes que de las bestias, como adivinando mis deseos (los generales también gozamos de esa virtud, aunque la eliminemos de nuestra comunicación), Asterión despuebla los dominios que ya han oído la acústica de mis pasos y con el ingenio me invita a vagarlos sin intervenciones ni estorbos. ¡Ay, si los dioses le vieran agazapado en la entrada de los corredores que conducen al espacio abierto! Y así me sugiere con la indeferencia a proyectarme en las galerías que desembocan en mis fracasos. Y mimetizándose con la misma arena que espera el rayo lunar, paciente e invisible acecha los aires ensordecidos para sorprenderme con su mortífero abrazo: si es que acaso algún día doy con la bendición que me conducirá a la infinita luz salvadora, que rescata a los vivos de las penumbras.
Tengo un camino que ya varias veces he intentado sin el reconocimiento de la victoria. Cada tanto, mis pasos agotan esta superficie con el sólo propósito de sentirme poderoso ante la insolencia de estos tapiales que nos rodean. Aquí mis escrituras demostrarán el punto que mi vanidosa precisión consideraba expresar: Este camino es insalubre; Asterión lo sabe y jamás derrochará un día completo en esconderse tras la oscuridad de sus recorridos ensombrecidos a causa de las horas meridionales. Este otro Soldado de las Oscuridades, me aguardará pacientemente, ya sea en las grandes grietas que el tiempo le proporcionó a estas bastardas murallas, ya en los rincones que tienen la propiedad de vestir con el camuflaje a los visitantes: ya fueran un hombre, un inmortal o el mismo Asterión. Su Inteligencia solucionará el deseo del homicidio, adornando con la desolación cualquier corredor que me guíe a la muerte o, lo que sería igual (considerando el ámbito siniestro donde convivimos), a la locura.
En cambio existe otro camino que sería un brazo (entre un total de infinitos) de la libertad. Aquí durante el sol Asterión desafía al cansancio, durante la luna yace Asterión. Las cantidades de las ofensivas o de los sorpresivos asaltos me han hecho sospechar que la Bestia no es un solo Asterión, mas se encuentra multiplicado a la largo y a lo ancho de las galerías.
Sólo con una rebuscada imaginación pude una noche justificar el por qué de tantas apariciones, siendo que todas las sabidurías del reino sumadas a mis estudios catedráticos y religiosos, a todas mis teorías independientes, prometieron que la Bestia es única, primogénita. Los hombres nacieron con una peligrosa soberbia que exige a su sensatez dar un origen para todas las cosas. De ahí que cinco antiguos tramaron sin ningún cimiento una Generalidad que acabó por mucho tiempo con cualquier duda lógica. Pero ello era más porque aún el tiempo no se había encargado de evolucionar las conciencias. Quizás fue por esta suposición que yo también conjeturé, basado en el recuerdo de una de mis teorías favoritas, el estorbo de infinitos Asteriones.
En lugar de elegir desde un principio el arte de las invasiones y de las hostilidades, pensé equivocadamente en invertir dos o tres años de mi juventud en conocer las fórmulas que hasta ese momento gobernaban en las opiniones del Universo o del mundo mismo. Claro, en ese tiempo pensaba yo que tendría a la perpetuidad como una de mis particularidades; si tuviese la oportunidad de reformar mi historia, de seguro eliminaría aquellas noches de investigaciones fútiles. Mejor hubiese dicho: “inútiles”, porque hoy otras verdades las han expulsado de mis anotaciones internas. El resto de aquellos años son unas pocas memorias, donde se diferencian nauseabundos hechiceros que me confiaron la receta de sus brebajes criminales. Me explicaban las propiedades de los ángeles, de las bestias y del corazón humano: 


Se sabe –me decían- que los animales feroces carecen de ingenios más que para sobrevivir. Su arte es nacer, extender su linaje y morir. Pero la Evolución ha creado una camada de fieras malignas que duplican su corpulencia doblándose en los espejos o en los arroyos. Y tal cual fuera una entidad respirante, su reflejo cobra la vida y se proyecta en el mundo de los luchadores para colonizar territorios y destronar a los emperadores. No se hacen de prisioneros ni tampoco humillan con la esclavitud a quienes derrotan. Su instinto más débil se iguala con la inteligencia más sobresaliente. No experimentan metabolismos. Tienen a la eternidad como aliado, y consideran enemigos a todos los diferentes. Bautizados Los Astéridas, se les conoce una virtud que asegurará a su estirpe la proyección en el futuro del mundo: Tal cual se vieran en espejos o ríos o mares, miles se materializarán del recuerdo de los hombres que les mirasen.




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