viernes, 20 de febrero de 2015

Capítulo VI: Lo Místico








A pesar de que sospeché todo el tiempo adonde anduvo pastando, en cada paso evité a la Bestia. Todas las carreteras tienen fantasmas; de tanto enfrentarlos me hice un valiente. Si jamás los hubiera visto, si hubiera matado a pocos: ¿Qué hubiera sido de mí?
Ese camino no tiene trampas. Pero aunque en ninguna cartografía se ilustran sus bifurcaciones, yo no sospecho encontrar el riesgo si me aventuro por él. Como si se tratare de una amante que me seduce de a poco, a medida que voy avanzando siento que en el nuevo ámbito aumenta un hogareño perfume que me inspira para mirar en todos sus recovecos. En las paredes de este pasillo se enclaustran puertas secretas, que se abren solamente posando el ojo en la piedra correcta. Caminos atrasados que no completé por vagueza, se quedarán este día sin haber sido vistos. Mis ojos se accidentan en ladrillos que nunca he mirado. Y de golpe el imitante muro se desplaza hacia los costados para tentarme con una entrada obscura que me conducirá a otro perderme. Pero aunque sé que el extravío me espera, en todos los casos una torpe esperanza me convence para que pase abandonando el andar actual. La curiosidad por aquella clase de aventuras se ha hecho más débil con la reincidencia de las estrellas; y un detente ha crecido hasta el alarido desde sus primeros susurros. Desde que estoy aquí, la ruleta de los misterios me premió siempre con el fracaso.
Desde que el laberinto y la Bestia desarraigaron de mi espíritu todo arrojo y me adaptaron a la cautela, siento disgusto pensando que un camino pudiera estar desatascado. En este concentrado embotellamiento de galerías, las decepciones han convencido a mi alma de que tampoco me reencontraré con los vicios que tanto amé. Este mundo ya puede prestidigitalizar delante de mí todos los corredores que quiera: me emocionarán, pero la esperanza de encontrar a los dioses la tendré más en el secreto norte de poner en marcha mi ingenio, antes que en el avanzar por este desierto de enigmas infinitos. ¿Acaso no son lo mismo? Solamente en un minúsculo detalle se diferencian esos dos mundos: en el real la Bestia está fuera mío; en el místico, yo también soy un poco atroz. Si algún día encuentro la rebuscada salida, donde despreocupados me esperan los ciudadanos, será porque primero maté al toro de mis adentros. De vez en cuando soñé con que el Laberinto es sólo un retorcido espejo de mi aún más retorcido espíritu. Y aunque esto no fuera del todo cierto, de un reflexivo escrito salió la prueba de que, con sentimientos odiosos, los humanos construimos graves murallas.
















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