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espués de la escalada pendiente
conquisté el pico de mi montaña. Mientras allí reposé, contemplaba el angular
zigzagueamiento que tenían los pasillos del laberinto, por fin, aterrizado.
Distribuyéndose fantásticamente por la llanura reseca, la imperativa y también
perpleja visión de las puntiagudas esquinas avergonzó a la planicie blanca de
una timorata nevada. Aquí fuera ningún toro me punza, salvo por esos dos que se
llaman Verdad y Consciencia.
Decía en otro episodio de otro libro
dedicado a otra bestia, que teorías bien ortodoxas alientan a la muerte del
Tosco: mas dudo bastante que debamos extinguirle; al menos no por nuestra
voluntad. Sí por la Suya. Sé
que él también se cansa de tanto escuchar sobre mi rivalidad con los dioses.
Ése es un vicio mío del que no puedo desbarrigarme. La culpa de mi adicción por
la teología, es un poco también de Él. Pues siempre aprobó mis torcidas
suposiciones acerca de las mitologías hebraica y zen. Lo que el Primitivo no
sabe, es que hace años dejaron de importarme los textos que fabriqué cuando fui
minusválido. Ahora lo atonto hablándole de mi amor. Asterión siempre se puso
incómodo cuando pensé en mis amadas. Y aunque le aseguré que tengo lugar de
sobra para ambos sentires (la aceptación de su fealdad y la pasión por los
cuerpos que vienen a mí) él siente deseos de descuartizar a toda mujer que yo
pueda querer. No es para que me ponga muy orgulloso, pero es que él también
sufre por mí de celos. Pero creo que más de envidia. Y que si lo pudiera
confiese el Monstruo que en lo que va de nuestra convivencia, aunque quise
enseñarle a ser un poco más benévolo (do
tus des) siempre anduvo desinteresado por los asuntos que le hubieran
enseñado algo de tolerancia.
Pasa que el síndrome de Yocasta le
afectó mucho. Sus retorcidas lógicas eran que a cuantos más asesinara, más
querido sería por los dos reyes. Honraría de paso también al padre. En uno de
sus embrujes se le soltó un pensamiento que no quiso fuera oído por los
parlantes: Papá era tan lindo y yo tanto
deseaba verle. Pero así descuidó sus cosas. Sus costumbres fueron
pisoteadas por la indiferencia de los más ricos. Sus sueños desestimados. Y así
se fue aislando de todo lo que él amaba: dejó atrás a su madre y a sus
hermanastros bovinos, curiosamente Asterión no es pura sangre ni para el campo
ni en el palacio, y en cambio ha tenido que soportar la humillación del
padrastro corrupto. Muy por debajo del toro estuvieron los personajes y burdos,
que no tenían más lógica que la suma. Sólo refiriéndome a él pareciera que
nosotros (los dos convivientes) nos reuniéramos en un solo espíritu. Este
primitivo se amansa, pues cree que mi mención es obediencia. Pero no me
molesta: Asterión me deja en paz un rato para que me regocije en una nueva
contemplación de mi vasta y reconocida ciudad.
Cuando me canso de nombrarlo pueden
suceder dos cosas: O agradece la atención que le he prestado y se aparta de mi
rutina, o yo me convierto en él. Pues quizás siempre hemos sido parte del mismo
todo. Por las mañanas y cuando me levanto de la siesta meridional, Asterión
últimamente se acostumbró a levantarse conmigo. Y para ser franco, hay días en
que me siento feliz por tenerlo de compañero: jugar al arte del control o del
desafío mantiene viva a mi consciencia de general. Pues mis rutinas son
demasiado rústicas para las virtudes de las que me jacto. Sin que este remate
signifique ningún tipo de apología, las
mañanas y noches me son sencillas.
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